domingo, 5 de octubre de 2008

La princesa de la trenza con cuentas de colores


Cesena me da pistas de que esconde algo. Siempre lo he pensado. A parte de las cosas que hay para los turistas y los erasmus (jeje), hay cosas que no te cuenta. Que no se ven a simple vista, que están escondidas. Por toda la ciudad sientes que te observan, no sabes si son personas, aves (que hay muchas) o cosas. Sí. Cosas. Y aquí va una pequeña muestra:

"Érase una vez... Una familia que vivía en un pequeño pueblo del norte de Italia. El papá trabajaba como maestro en la escuela, y la mamá era costurera. Tenían una niña pequeña. Tan pequeña que todavía era una niña buena. Tenía la mirada viva, el pelo largo y negro con una coleta que le salía desde la nuca, y alguna mecha suelta que le caía por la cara y le daba un aire travieso, pero no le molestaba, a pesar de que mamá siempre se las apartara. A la niña le gustaba quedarse con mamá en casa en verano por las tardes. Le gustaba que le enseñara aquello tan difícil que hacía, y mamá se las arreglaba siempre para que la niña participara de su labor y acabara sintiendo que el resultado final era obra suya. Un día llegó el abuelo de la niña de visita a su casa. Los veranos eran época de descansar y al mismo tiempo de aprovechar los días de buen tiempo para visitar a la familia. A la niña le encantaba estar con su abuelo. Aunque lo veía en contadas ocasiones, porque no vivían en el mismo pueblo, siempre que se encontraban, él la sorprendía contándole cuentos antiguos de la región donde vivían, leyendas, e historias, que bien podría estar inventando, porque ella sólo se las oía contar a él. En cierta ocasión, ese mismo verano, pero un par de meses atrás, le había contado la historia de una princesa que tenía el pelo negro y largo como el suyo, y que llevaba una trenza con cuentas de colores ensartadas en el pelo que le recorría toda la espalda. El abuelo había exagerado la belleza de aquella princesa, y en todo momento la había estado comparando con la de su nieta, por lo que a ella le encantó aquella historia. En realidad la niña nunca volvió a recordar el argumento del relato, pero al mismo tiempo no dejaba de imaginarse cómo sería ella de mayor, y si en alguna ocasión llegaría a ser tan bonita como la princesa de su cuento. Desde el momento en que su abuelo se lo contó, la niña se dedicó por entero a cuidar sus cabellos cepillándolos a diario, y manteniéndolos limpios y brillantes. Mamá estaba encantada, porque por una vez, las mechas no le caían en la cara, y su imagen de niña buena se reforzaba cada vez que la niña sonreía (que era bastante a menudo, por cierto). Y entonces, decía, llegó el abuelo de visita a la casa. Pero esta vez no quería quedarse, sino llevarse a la niña de excursión a visitar algún pueblo de los alrededores. Así que mamá le puso a la niña sus botitas de ir al campo, unos pantalones cómodos, su camisa blanca con florecitas bordadas en los puños por ella misma, y una chaquetita roja y finita, por si refrescaba un poco. El abuelo tomó la mano de la niña, y se fueron a coger el autobús. El viaje fue tranquilo, y la niña estaba expectante porque no sabía hacia dónde se dirigían. Pero el abuelo mantenía una sonrisa amable cuando la niña le preguntaba, y ese gesto de complicidad le bastaba para adivinar que fuera donde fuese, le iba a gustar. Entonces llegaron, pero todavía tuvieron que caminar un poco más hasta llegar a un parque lleno de árboles, y con más aspecto de bosque que de parque. Se adentraron en él de la mano, el abuelo en silencio concienzudamente creando un halo de misterio a su alrededor, y la niña en silencio, porque pensaba que si hablaba o si decía alguna de las mil preguntas que le rondaban la cabeza, se rompería el hechizo en el que estaban inmersos. Así que levantó la vista un momento y vio delante suya y rodeada de vegetación, una escalera de piedra que no se sabía hacia dónde subía. El abuelo se detuvo ante ella, y entonces se arrodilló y se quedó a la altura de la niña. Le tomó la mano, y se la mantuvo abierta con la palma hacia arriba. La niña se quedó mirando la palma de la mano y el abuelo le pidió que cerrara los ojos. Entonces le puso algo en la mano. Algo áspero, como un bulto que la niña no acertaba a adivinar qué era. Le cerró el puño y le pidió que lo guardara hasta que él se fuera por la noche. La niña lo quiso meter en algún bolsillo, pero se dio cuenta de que no tenía ninguno, así que lo metió como pudo en una de sus botitas. Subieron las escaleras, y ante ellos apareció un castillo medieval enorme formado por dos torres y una muralla. El abuelo le explicó a la niña que en una de esas torres vivía la princesa de su cuento, que esa había sido la residencia de su familia desde hacía siglos. A la niña le temblaban las piernas, porque por primera vez estaba viendo con sus propios ojos algo de lo que su abuelo le había hablado anteriormente en sus historias. Tal vez no fueran tan mentira como ella pensaba. Le invadió una sensación de protagonismo, se había identificado tanto con la princesa, que no podía dejar de pensar que aquél era su castillo. Se imaginaba dentro de aquella torre mirando por la ventana y acariciando su hermosa cabellera negra llena de cuentas de colores mientras debajo, algún caballero le expresaba su amor utilizando a un juglar para esos quehaceres. Rodearon las dos torres caminando por encima de la muralla, luego bajaron para ver las torres desde una perspectiva más baja y cercana. Donde todavía se magnificaban más las dimensiones del castillo. Entonces la niña vio por la ventana una silueta, y quiso acercarse, pero su abuelo se lo impidió cogiéndola del hombro. Pero ella se escapó corriendo y tropezó con una piedra oculta en la pequeña maleza que había crecido durante años en aquel recinto. Se incorporó como pudo, y se dio cuenta de que se había hecho daño en una rodilla, así que el abuelo la tomó en brazos, y la sacó de la muralla, llevándola de vuelta al autobús, con el que llegarían de nuevo a casa, con mamá y sus labores. Papá se encargó de curarle la herida, ducharla y ponerle el pijama para llevarla a la cama. Una vez allí, el abuelo entró y le dio un beso de buenas noches. Se despidió de ella con un guiño y cerró la puerta. De repente la niña se acordó de lo que su abuelo le había dado esa tarde. Se levantó de un salto de la cama y se fue corriendo a buscar sus botas. Pero en las botas no había nada. Ni rastro del pequeño bulto que había tenido en su mano y en su tobillo durante toda la tarde. Recordaba que le había raspado la mano y la pierna con el tacto áspero que tanto le había molestado al cerrar el puño. Se sintió defraudada consigo misma. Sabía que lo debía haber perdido al escapar de la mano de su abuelo para dirigirse hacia lo que ella había pensado que sería "su princesa". La caída debió moverle un poco las botas y el bultito debió escapar sin que ella se diera cuenta. Entonces sonó el teléfono. Oyó a mamá hablar con el abuelo, y luego tocó la puerta para pasarle la llamada. No quería. Estaba temblando. Había perdido su regalo... Pero mamá insistió, y al final con un hilillo de voz a punto de echarse a llorar, contestó al teléfono. La pregunta del abuelo sonó como una bomba en su cabeza. "¿Te quedan bien las cuentas de la princesa en tu bella cabellera?"

Hoy he ido a visitar la Roca Malatestiana. Y estando en el recinto que está rodeado por la muralla, me ha dado un pinchazo en el pie, y me he agachado para tocarme el tobillo con el fin de aliviar un poco el dolor. He mirado al suelo y he visto una bolsita, como de tela de saco, de tacto áspero, y cerrada con un hilo de algodón con varias vueltas y un par de nudos. He pensado de todo, primero que era un ambientador, luego que era droga (yo siempre tan positiva...¬¬), y al final casi me rompo los dedos para desatar esos nudos diminutos. Y cuando he conseguido deshacerlos... me he encontrado con las cuentas de colores de la trenza de la larga cabellera de la princesa del castillo.

¿Lo veis como Cesena esconde secretos?

4 comentarios:

Altan dijo...

:OOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

aaaaaaaaaaalaaaaaaaaaaaaa

q xuuuuuuuuuuuuls

sense paraules nena, sense paraules

ja saps lo molt q m'agraden les coses màgiques... i q tenen ademés eixa qualitat....

molts besets
espere q italia continue inspiran-te d'esta manera...

solo de piano de victor dijo...

jo tia...ja men vaig a dormir d bon rollo. nomes pq la teua opinio es "sense paraules"
mai pensava q aniries a dimeu
asies :D

Anónimo dijo...

HOLA:
Estoy emocionada, sí emocionada es la palabra. Has conseguido emocionarme con tu pequeño cuento. Parece el principio de miles de palabras que valdrá la pena leer.
Sin duda alguna, el cuento ganaría mucho si me lo pudieras leer al oído.
P.D: Malcom está hecho un tigre mimoso.
Un beso muy pero que muy grande
L

solo de piano de victor dijo...

joer...con estas cosas no se juega, que una está muy sensible...
sólo me queda mandaros un beso a mis 2 tigres mimosos...
os quiero muchisimo, y ya lo sabéis.
gracias, gracias y gracias, por haber estado siempre ahí.
un beso tambien muy pero que muy grande
neus